En 1492, al año del descubrimiento y la conquista de América, Elio Antonio de Nebrija publica el Vocabulario latino español, del que se conservan ediciones facsimilares en España. El prólogo de Nebrija está escrito en los dos idiomas: el naciente español y el venerable latín. Tres años después, en 1495, de la pluma del propio Nebrija, aparece el Vocabulario hispano-latino. En este último, maravilla que ya se haya incorporado a la lengua madre la palabra “canoa”, de claro origen americano. Consta, pues, el “Prólogo acabado” de Nebrija, traducido al latín como “Prologus explicitus”.
Avestruz, abominable, abrigado aparecen ya en estos registros de nuestra lengua, si bien la ortografía puede diferir con la actual. Asimismo, expresiones como “Enojarse con ira” o “enredado en redes” se registran en las entradas.
Un tesoro
Más de cien años después, en 1611, se publica el Tesoro de la lengua castellana o española, de Sebastián de Covarrubias, el primer diccionario monolingüe del español. He aquí esta definición de adivinar: “Decir lo que está por venir sin certidumbre ni fundamento con temeridad y gran cargo de conciencia, y a los que profesan esta mala arte llaman adivinos, y si lo hacen consultando al demonio son castigados con grandes penas.”
Uno de los primeros antecesores de lo que hoy conocemos como el Diccionario de la Real Academia de la lengua española, DRAE, es el llamado Diccionario de Autoridades (1726-1739), que daría lugar al DRAE propiamente dicho, que tuvo su primera edición en 1780 y que en 2014 iba ya por la edición No. 23. El Diccionario de Autoridades, explica “el verdadero sentir de las voces, su naturaleza y calidad”. Allí se encuentran registradas voces como “almenos”, y palabras como “aprendigón”, para definir al “aprendiz que es principiante y sabe poco”. Si requerimos de refranes adecuados, podemos recurrir a este: “Aprendiz de Portugal: no sabe coser y quiere cortar.” Y cuando le decimos a alguien que su defecto es “tener la cabeza llena de aire”, estaremos respaldados por casi 300 años de historia del castellano.
La mujer que hacía diccionarios
Durante el siglo XVIII se produce otro diccionario importante y, en el XIX, se registran dos más, en París y Barcelona, con el rasgo de presentarse como diccionarios nacionales y de la lengua.
Uno de los primeros hitos claves del siglo XX viene de la mano de María Moliner, (1900-1981) la mujer que dedicó más de quince años de su vida a su gran proyecto lexicográfico, el Diccionario de uso del español, cuya primera versión se publicó en 1967. En la dedicatoria escribe. “A mi marido y a nuestros hijos dedico esta obra terminada en restitución de la atención que por ella les he robado.” El académico Manuel Seco se refiere a la fama casi mítica de la autora, cuya obra (90 000 entradas y 190 000 acepciones) tiene sus méritos en las definiciones transparentes y actuales, con matices en las explicaciones para el lector; por ejemplo, si queremos ponderar lo aburrido que es alguien, podemos decir que “aburre hasta a las ovejas.”
Este diccionario se pensó también en función de quienes están adquiriendo el castellano como segunda lengua. A ella se refirió García Márquez (1981) con un artículo titulado “La mujer que escribió un diccionario”. Después de su muerte, se han producido actualizaciones importantes.
De la palabra a la idea. De la idea a la palabra
El Diccionario Ideológico de la lengua castellana (1942), de Julio Casares (1877-1964) tiene un vocabulario completo de más de 80 000 palabras. Se trata de un diccionario orgánico, sugeridor de imágenes y asociaciones, comparable a “esos bibliotecarios solícitos que le muestran al lector más desorientado perspectivas infinitas y le alumbran fuentes de inspiración”. La parte semántica contiene 2000 campos semánticos; la analógica, voces y frases relacionadas por afinidad de significado; y la alfabética, entradas ordenadas alfabéticamente con sus definiciones. La última edición, actualizada a partir de las recomendaciones de los lectores, data de 2013. Casares se refiere a que mientras en las ediciones de los diccionarios se acrecienta y perfecciona el caudal de palabras, los vocablos en circulación se empobrecen día a día, hasta quedar unos pocos cientos de voces “borradas y desportilladas por el continuo uso”.
Este diccionario permite las dos operaciones básicas: decodificar (descifrar lo que se oye) y codificar (cifrar lo que se quiere expresar)
No podríamos dejar de mencionar el Diccionario Crítico etimológico de la lengua castellana (1954), de Joan Corominas, que hizo aportes enormes a su lengua materna, el catalán, así como al castellano y las lenguas romances.
¿Sabía que encantador chal proviene del francés y del persa?, ¿qué enjugar viene directamente del latín?, ¿embrión, del griego? ¿Escarlata, del hispano árabe, mientras que escarnecer tiene sus antecedentes en una forma germánica?
Diccionario bilingüe en Ecuador
Uno de los más queridos es el Diccionario quichua-castellano, castellano-quichua (1895) de Luis Cordero (1833-1912). La Corporación editora nacional hizo una edición actualizada en 2002, con prólogo de Ruth Moya y dibujos de Eduardo Kingman. Así reza la leyenda completa: Diccionario de la lengua quichua que se habla actualmente en las comarcas del Azuay, de la República del Ecuador, compuesto por Luis Cordero, miembro correspondiente de la Real Academia y Presidente de la República del Ecuador, que incluye breves nociones gramaticales y fonológicas del quichua. Algunos ejemplos: “cachisapa”: lleno de sal; “callari”: comienzo de cualquier cosa”; “tinri”: enano. “Beso”: mucha; “zonzo”: upa.
El diccionario bilingüe de Cordero fue exhibido en la Exposición Universal de Madrid, a propósito del Cuarto centenario del Descubrimiento y Ricardo Palma lo compró para la Biblioteca Nacional de Madrid. Estos son unos versos de Cordero, que ayudan a comprender su interés:
(…) mas, como entre indios nací,
sus cabañas frecuenté,
con sus párvulos jugué,
sus penas supe y sentí,
su doliente quichua fue
nuevo idioma para mí.
Doña Susana Cordero de Espinosa (1941) es la autora de un Diccionario de uso correcto del español en el Ecuador, que contiene quichuismos, anglicismos, modismos; por ejemplo el peculiar sentido que alcanza la palabra “hablar” en oraciones como “¡Mi mamá me habló!”, en el sentido de amonestar, regañar, reprender tiene que ver con el quichua, en el que el verbo “rimana”, hablar, adquiere ese sentido negativo. El diccionario está integrado por 1) registro léxico; 2) verbos en español; 3) apéndices.
Fuera del ámbito de la lengua, debe mencionarse el Diccionario del Folklore ecuatoriano (1964), de Paulo de Carvalho Neto (Brasil, 1923-2003) con 1324 voces estudiadas. La edición, de la CCE, cuenta con dibujos de Osvaldo Viteri, Olga Fisch, Oswaldo Muñoz Mariño y fotografías de Rolf Blomberg; las notaciones musicales le fueron facilitadas por el maestro Óscar Vargas Romero. Entradas como “desafío”, en el sentido de los amorfinos; “fachalina”: prenda de vestir femenina; “fanesca o juanesca”: plato de Semana Santa; “enmascarados”: de San Pablo del Lago o Píllaro guiarán al lector.
El habla del Ecuador
Así se titula el diccionario de tres tomos que se publicó por primera vez en 1995, y luego en 2008 (CCE), cuyo autor, Carlos Joaquín Córdova, dedicara “a la memoria de Lola”, su esposa, para quien “van estas páginas, mi amor y una flor.” El segundo inventario lexicográfico de 2008 contiene alrededor de 10 000 entradas y 1600 páginas. El lector podrá encontrar referencias de uso (lenguaje periodístico, coloquial, literario) de palabras, locuciones y dichos propios del hablar ecuatoriano. El trabajo titánico de Carlos Joaquín Córdova es altamente encomiable. Aquí, unas delicias:
“a toda pala”, “a pata”, “a punte”, “aguaitar”, “aguachento” “al ojo”… Y eso que solo vamos por la “a”…
FUENTE Revista Rocinante / Campaña de Lectura Eugenia Espejo