Babel (2006) de Alejandro González Iñárritu (México D.F., 1963) resulta un caso peculiar de la historia del cine por concentrarse en personajes procedentes de Estados Unidos, Marruecos, México y Japón, y por usar seis idiomas: español, inglés, árabe, bereber, japonés y señas de sordomudos. En este artículo reflexionaremos sobre la importancia del desplazamiento en este filme que cumple una década, además de sus historias entrecruzadas y la importancia de la música creada por Gustavo Santaolalla (ganador de un Oscar por este filme).
Tanto Amores perros como 21 gramos y Babel son rompecabezas narrativos (Roger Ebert bautizó a este tipo de cine como hyperlink cinema) que fueron comparados con Pulp fiction (1995) de Quentin Tarantino, instando al director González Iñárritu a confesar que su verdadera inspiración venía de la literatura. Citaba en sus entrevistas a William Faulkner como su fuente primordial. Es en novelas como El sonido y la furia y Palmeras salvajes del escritor norteamericano que ya está presente el recurso de las historias entrecruzadas o episodios interconectados que David Bordwell llama network narratives, intersecting fates pattern o ensemble film/movie.
Esta estructuración episódica aparentemente caótica no es pirotecnia o un deslumbrante artificio del montaje. Tiene su razón de ser. Cada una de las historias se presenta de manera lineal, pero estas son expuestas fragmentariamente a través de saltos en el tiempo. Las historias están desconectadas entre sí al principio, como las mismas personas que son retratadas. En el mundo de Babel los teléfonos móviles, Internet y noticiarios en vivo permiten que se globalice la incomunicación. Las barreras aparecen en forma de fronteras que obstaculizan una meta, idiomas que no permiten acercar a los interlocutores, traducciones incompletas o inexactas, sentimientos que no pueden ser expresados en palabras…
Mientras otros filmes que manejan esta estructura contienen episodios que se interconectan por medio de personajes o lugares, Babel une sus historias a través de un objeto, un rifle Winchester, símbolo del Western norteamericano y de la violencia global, que es disparado por Ahmed y Yussef, dos niños marroquíes que cuidan cabras. El padre de ambos, Hassan Ibrahim, les ha dado el arma para que ahuyenten a los zorros que merodean por las montañas y atacan el ganado. El rifle es un regalo de Yasujiro, un empresario japonés cuya hija sordomuda, Chieko, que vive su propio viaje emocional por el suicidio de su madre. La policía sospecha que el rifle estuvo implicado en esa muerte.
El arma de fuego crea un efecto mariposa en Susan y Richard, una pareja de turistas norteamericanos que visita Marruecos para intentar escapar del recuerdo de su tierno hijo muerto por asfixia de cuna. En este sentido estamos ante un largo viaje para tratar de sanar heridas emocionales. ¿Qué hacer cuando la realidad resulta insoportable? Pues hay que emprender un viaje. Los que se desplazan tienen la idea de que mientras más lejos estén, más rápido podrán elaborar el luto. Al igual que en las dos películas previas de González Iñárritu el azar y la fatalidad juegan un papel preponderante. Esta vez no se trata de un accidente de tránsito como en las dos cintas anteriores del dueto Arriaga/González. Susan (Cate Blanchet) va en el bus lleno de turistas y recibe un impacto de bala en uno de sus hombros. El autor del disparo es Yussef que estaba presumiendo ante su hermano cómo disparar a distancia. El esposo, Richard (Brad Pitt), la lleva al pueblo más cercano para esperar una ambulancia y llama a su empleada doméstica Amelia para informarle de la desgracia. La mucama le recuerda que esa noche tiene la boda de su hijo en México y que no puede quedarse en casa cuidando de los niños Debbie y Rick.
Aquí se inicia otro viaje por carretera, el de Amelia que arbitrariamente lleva a los niños a la boda de su hijo. El desplazamiento tiene una razón de ser: el reconectarse con su familia mexicana, con sus tradiciones, ritos y costumbres. El periplo de ida carece de novedades pero el regreso en la madrugada ofrece muchas tribulaciones. El sobrino de Amelia (Gael García Bernal) no aguanta las humillaciones que conlleva el ser inspeccionados como si fueran criminales. El policía de migración se percata de la presencia de los niños en el asiento trasero y solicita la carta de permiso de los padres. Al no tenerla, el sobrino de Amelia acelera y abandona más adelante a su tía y a los hijos de Richard y Susan. El viaje hacia la frontera termina llevando a la mujer mexicana y a los niños norteamericanos por el desierto del cual serán finalmente rescatados. Al ser arrestada por la Border Patrol Amelia deja de ser la mucama que estaba a cargo de la crianza de un par de niños. Se convierte en una delincuente común que ha transgredido la frontera al ingresar de manera ilegal y es además señalada por el secuestro de dos niños. En este caso los límites entre un país y otro pertenecen al plano burocrático y la frontera constituye una región de paso de gran simbolismo: es el lugar que significa un antes y un después en la vida del migrante, un volver a empezar, pero a fin de cuentas una línea de discontinuidad espacio temporal que desconecta a las personas. La frontera para González Iñárritu es un territorio difuminado y excluyente donde no hay cabida para la solidaridad.
El recurso que permite concatenar las historias es la música de Gustavo Santaolalla (el mismo de Diarios de motocicleta). El músico argentino hizo un trabajo etnográfico previo viajando a cada uno de los países en los que se rodó el filme. El instrumento escogido para colmar casi toda la banda sonora fue el oud o laúd árabe, un instrumento muy antiguo que constituye el antecedente de la guitarra. Su sonido recuerda el lamento de la guitarra flamenca con un toque del koto japonés. El oud, por carecer de trastes, permite falsear perfectamente el sonido de otros instrumentos. En Asia suena como un koto japonés, en América como una guitarra española y en África como un barbat (antigua guitarra de origen persa).
El sonido repetitivo del rasgar de las cuerdas crea un detonante acústico para ir enlazando las historias. Hay pocas excepciones en el empleo de una música no interpretada por el oud: cuando aparece la Western Club Music en la historia japonesa, el género Mexican Norteño en la historia mexicana y la que suena al final del metraje que se puede describir como música clásica, con un tono marcadamente melancólico, interpretada por un piano e instrumentos de cuerda (cortesía del artista transnacional Ryuchi Sakamoto quien también participa en The Revenant). Estos estilos musicales diferencian las historias entre sí, ya que son específicos de cada lugar y subrayan la identidad cultural de los personajes.
Mientras las ciencias sociales intentan medir la problemática de la migración o el impacto de los medios en la comunicación de los seres humanos, Babel da un retrato global de ambos problemas a través del concepto de la multiterritorialidad y permite reflexionar sobre la actual visión tan compleja de lo nómade de las identidades, de las comunidades y de los sujetos. Y su banda sonora ayuda a visibilizar todo esto.
FUENTE Revista Babieca / Campaña de Lectura Eugenio Espejo