Si uno llegara recién a Ecuador y al bajar del avión pretendiera enterarse de la realidad nacional, a través de la prensa, por lo que comentan e informan los medios en sus versiones digitales como escritas, se pudiese concluir unánimemente de que estamos al borde de un colapso del gobierno, del Estado y de toda la sociedad.
Pero lo contradictorio es que este país funciona. Pese al terremoto, a la caída de los precios del petróleo, a la incertidumbre política, a la debacle económica mundial, a los panamá papers y a los titulares de prensa, este Ecuador funciona. Con grandes dificultades y desafíos el Estado cumple su cometido de iniciar una reconstrucción material y moral, frente a una tragedia fuera de libreto. El país se aboca, no obstante, al propósito de mantener, ya casi sin recursos, los planes públicos de salud, educación, vivienda, seguridad, entre otros, siempre denostados por una oposición político mediática intransigente que rechaza todo pacto ético ciudadano.
Voceros, panelistas, anchors de programas matinales televisivos y radiales, opinadores en editoriales y vocingleros en cocteles, día tras día nos dicen que renunciemos a la esperanza porque este barco se hunde. Que vivimos una demolición del orden imperante, que la democracia está vencida y que la libertad es cuestión de nostalgias del pasado. Que hay que hacer algo para vivir mejor, que si se puede vivir en un distinto país, a condición de que los militares se pronuncien y tomen la decisión de poner orden.
Un día un medio destaca, a cuatro voces, que el sector empresarial ya no puede más, que no resiste la agobiante situación de imposiciones tributarias, al otro día un medio de la “competencia” le secunda con una alarmista visión de la producción nacional, amparado en declaraciones tremendistas de los economistas mediáticos. En otro espacio de prensa se sostiene, con una constancia franciscana, una campaña en contra de la información sabatina del Estado a la ciudadanía. El Presidente Correa ha manifestado que la dictadura mediática es lo mas antidemocrático que existe: Los medios masivos crean opinión pública y si esto está en manos de unos cuantos inescrupulosos cuyo único mérito es haber tenido dinero para comprarse una imprenta, somos sujetos de manipulación.
Está en marcha una estrategia abierta de demolición, cuyo epicentro es el presidente de la república y su gestión gubernamental. En el contexto de un clima agitacional funesto los orquestadores de dicha campaña, persisten en ver el lado oscuro del país como el espacio propicio para sacar réditos políticos electorales. Y en esa tentativa política las encuestas de las empresas consultoras de la opinión pública, amplifican un clima de descontento y de incredulidad ante las autoridades.
Se busca amplificar los efectos de una crisis económica de clara procedencia internacional y las medidas de manejo para mitigar su réplica nacional. El blanco predilecto es un presidente que aun el agobio de años de bogar por cambiar el país, continua consecuente con sus propósitos pese a las traiciones, debilidades e inconsecuencias de sus colaboradores; pese a los embates de una oposición que no da tregua y que visualiza la posibilidad de desestabilización a como de lugar.
Al clima abiertamente desestabilizador se suma el eco mediático. No es la primera vez que sucede en el país y en el continente. Ya nos fogueamos frente a los ataques de la prensa “libre” en contra de los mandatarios latinoamericanos que decidieron conducir a sus pueblos por la ruta de la transformación social, del cambio de un sistema político injusto, excluyente y corrupto. Esa es la realidad que han vivido también Argentina, Brasil y Venezuela. El golpismo mediático propiciado por empresas privadas propietarias de canales de televisión, diarios y emisoras de radio que presumen objetividad e imparcialidad. Actores políticos que ostentan la pretensión de ser apolíticos. Voceros del caos y articuladores del descontento, se dedican sin pudor a crear el desconcierto, la desinformación y la mentira desacreditando a los gobernantes.
Lo paradójico no es que los grupos económicos defiendan sus privilegios parapetados en organismos gremiales, sino que lo hagan sectores políticos de centro y de izquierda como francotiradores de la politiquería. Ya no pueden actuar abiertamente secuestrando a un presidente en un hospital policial, ya no pueden declarar la guerra abierta en las calles en una escalada de violencia, pero apuestan al mismo fin: crear descontento contra la agenda de transformaciones sociales de un Estado que ha cambiado el país, pésele a quien le pese.
¿Qué pasado quieren reeditar? El viejo Ecuador de los desaparecidos en manos de la policía, el país de la deshonestidad campante, al punto de convertirse en el cuarto territorio más corrupto del continente. El viejo Ecuador de la demagogia, del show en las tarimas presidenciales, del gorgojo en los alimentos básicos, del atraco bancario nacional, de la inseguridad política e inestabilidad económica. No son cuatro pelagatos que afilan los dientes para morder la tajada y desgarrar por muchos años a un país que sobrevive, pese a las crisis foráneas y a las tragedias naturales. Son algunos más que no han reparado ni en el terremoto para sacar sus cuentas electorales. Son más de un cuarteto de vocingleros que pugna por mantener el orden tan desigual que históricamente vivimos, como legítimo y necesario. Y para ello multiplican los ecos de la amargura, a ver si de esa manera se cumple el propósito: que más temprano que tarde, un golpe de mano o de Estado, dé al traste con los cambios que han hecho de este país un Ecuador más digno y soberano.