El renombrado fotógrafo peruano Rogelio Cuéllar tomó una curiosísima fotografía en la que pareciera que yo estoy reclamándole airadamente al Gabo por algo, cuando en realidad Cuéllar captó el instante preciso en que yo, de la manera más insistente –actitud muy común en mí– le decía, simplemente: “No te olvides, Gabo, que nos reunimos en mi oficina tal día a tal hora”.
Gracias a mis labores en la UNESCO, como Consejero Regional en Comunicación Social para América Latina, con sede en Quito, conocí a García Márquez en noviembre de 1977. La UNESCO promovió la creación de una “Comisión Internacional sobre los problemas de la Comunicación”, compuesta por 16 destacadas personalidades de todas las regiones del planeta. Me pidieron que propusiese a dos destacados latinoamericanos para integrar el grupo. Propuse al chileno Juan Somavía, y a García Márquez, que gozaba ya de una espectacular fama por la aparición de Cien años de soledad.
Tras la propuesta al Gabo, de que viaje a París para una primera reunión, este manifestó: “De acuerdo”, aceptó y añadió: “Pero eso sí, tengo que pedirte algo especial: …sucede que yo le tengo un miedo atroz a viajar en avión y quisiera que me colocaran el pasaje en primera clase y no en segunda”.
Le contesté que eso no se lo podía asegurar, porque escapaba a mis atribuciones y le señalé que “conociendo la mentalidad burocrática en la UNESCO era complicado….no obstante, déjame ver”.
Un par de semanas después, el 6 de diciembre, ya que se celebraban las Fiestas de Quito, nos habían visitado y estaban alojados en mi casa Alfredo Bryce y Arturo Corcuera. Nos encontrábamos en pleno almuerzo cuando sonó el teléfono. Era Gabo.
“Germán, me dijo irritado, te había solicitado el pasaje en primera clase y me lo han enviado en segunda…”
“Gabo –le respondí– yo te había dicho que mi capacidad de maniobra en ese sentido era casi nula y no puedo hacer nada. Además –añadí, ante la atónita mirada de Adita, mi esposa, y de Alfredo y Arturo– los aviones, Gabo, se caen igual en primera o segunda clase…”
Pensé: ahorita me manda a la mierda….pero, tras un silencio, para mí interminable, respondió: “Sí pues…” y colgó.
A los pocos días se inauguraba en París la primera sesión de la Comisión Mac Bride. Llegué diez minutos antes al lugar de la reunión y lo encontré solo, paradito en la puerta de la sala de sesiones, con un sobrio abrigo azul…”
“Pagué la diferencia”, me dijo escuetamente.
El proyecto Periolibros
En 1982 Gabo fue galardonado con el Nobel, y a fines de 1988 la UNESCO me nombró Representante en México y en República Dominicana, con sede en la Ciudad de México, donde vivía Gabo.
En mi oficina habíamos empezado a reunir puntos de vista y elementos de lo que se convertiría en el proyecto cultural más importante de la Organización en Iberoamérica: el Proyecto Periolibros. Basado en una idea que muchos años atrás había planteado el poeta Manuel Scorza, consistía en publicar cada mes, en una cadena de diarios en toda Iberoamérica, con tirajes millonarios, suplementos con un texto literario de un gran escritor iberoamericano, ilustrado por un destacado artista plástico de la misma región.
Federico Mayor, Director General de la UNESCO en ese entonces, se convirtió en un gran aliado de la idea. Coincidimos en que se hacía necesario vincular a una gran casa editorial con prestigio regional y, siguiendo sus instrucciones, conversé con el expresidente de México, Miguel de la Madrid, que dirigía el Fondo de Cultura Económica (FCE). Con igual entusiasmo acogió el planteamiento y nombró a mi hoy muy querido amigo, Adolfo Castañón, quien ejercía la Gerencia Editorial del Fondo, para codirigir conmigo el Proyecto.
Se trataba de un emprendimiento de enormes proporciones, pues había que conseguir un diario en cada país iberoamericano que estuviese dispuesto a publicar los Periolibros. Además, teníamos que conseguir gran parte del financiamiento, batallar con los derechos de autor de los escritores y convencer a numerosos artistas plásticos para las ilustraciones.
¿Qué quieres de mí?
Fue así que a la primera persona a quien llamé fue a García Márquez, con quien nos citamos en un café del sur de la ciudad de México, para tratar un asunto “importantísimo”, según le dije.
Ni bien nos sentamos comencé a explicarle apasionadamente las dimensiones, aspiraciones y virtudes que tendría ese gran proyecto de “democratización de la lectura”. La idea le pareció “fabulosa”.
—¿Y qué quieres de mí?, preguntó.
—Que me regales un título, libre de los derechos de autor, le contesté, tratando de mantener la mayor naturalidad.
—¿Cómo? Me interrogó dubitativo.
—Sí, le dije, imagínate… de dónde vamos a sacar el dinero para pagarte los derechos si se trata de millones de ejemplares…, además, agregué, se trata de un proyecto de bien social que beneficiará a muchísima gente en nuestra región.
Me miró fijamente y sentí que no podía creer el alcance de mi audacia. Tras un largo silencio, moviendo la cabeza y metiéndose los dedos repetidamente entre sus cabellos, comenzó a repetir: “Carmen me va a matar….Carmen me va a matar….”
—¿Y qué título quieres? preguntó.
—El coronel no tiene quién le escriba, respondí.
—“Okey”, dijo. Después de un momento y tras mirarme fijamente, se levantó.
Nos despedimos con un abrazo y se marchó. Ni siquiera habíamos tenido tiempo de solicitarle un café al mozo que merodeaba por allí. Yo sí pedí el café, brutalmente emocionado. Permanecí un largo rato meditando en la generosidad, grandeza y suma coherencia del genial escritor, mi amigo.
Empezó entonces una peregrinación por todos los países iberoamericanos para conformar la gran red de diarios, autores, pintores patrocinadores del proyecto. Respecto a los derechos de autor, coincidimos con Castañón en que era fundamental visitar, en Barcelona, a Carmen Balcells, exitosísima agente literaria que fue, a no dudarlo, pieza fundamental del llamado “Boom” literario.
Bañada en lágrimas
Visitamos a Carmen en sus oficinas. Desde un primer momento, sentí que me encontraba frente a una persona de gran carácter y que la leyenda que la pintaba como una auténtica fiera en el negocio editorial parecía comprobarse.
Me sentó frente a ella en un sillón bastante mullido que, de alguna manera, te hundía un poco, mientras ella tomaba asiento en una especie de butaca de teatro, muy sólida.
Adolfo, a mi lado izquierdo sentado en una silla, en absoluto silencio, tomaba notas de nuestra conversación.
Tras los saludos de rigor le expliqué a grandes rasgos las características de ese proyecto, esencialmente democratizador de la lectura, que habían decidido sacar adelante la UNESCO y el FCE. Le pareció “sumamente interesante” y preguntó:
—¿Y en qué los puedo ayudar?
—Verá, señora Balcells, le dije, dado que se trata de un ambicioso proyecto de estimulación de la lectura, que llegará a millones de lectores a través de una red de diarios en toda Iberoamérica, quisiéramos solicitarle que pudiésemos publicar a los distintos autores que usted representa sin tener que pagar los derechos de autor…
—¡¿Cómo?!…me interrumpió, verdaderamente alterada. “Usted me está pidiendo que me haga el Hara Kiri… manifestó con un nerviosismo que iba aumentando en intensidad.
—No se trata de eso, señora —le respondí. Nosotros le tenemos una enorme estima y estamos convencidos de que su participación en la valoración y dignificación de los grandes escritores de América Latina ha sido fundamental y digna de todo reconocimiento”.
—Lo que usted me está pidiendo es imposible! —me respondió tajantemente.
Nos enfrascamos entonces en una apasionada discusión. La situación era realmente tensa por momentos e, incluso, hizo que Carmen soltara algunas lágrimas, pues era clarísimo que no concebía que se le pidiera que renunciara a su razón de ser en este mundo.
—Bueno —me dijo, al cabo de más de media hora de argumentos encontrados… ¿Y cuáles son los autores en los que están pensando?
—Le leí una lista que habíamos preparado y en donde figuraban, entre otros, Neruda, Saramago, Vargas Llosa, Cortázar, Fuentes, Roa Bastos, Jorge Amado, Bryce Echenique, Sábato, Donoso, Carpentier y Alberti. Deliberadamente no le mencioné a García Márquez.
—¿Y el Gabo? —preguntó algo inquieta.
—El Gabo no, pues ya nos regaló sus derechos —sentencié.
—¿Cómo? —gritó e inmediatamente, con el mismo tono, llamó a sus asistentes: ¡Llamen al Gabo! ¡Llamen al Gabo!, exigió.
Efectivamente, a los pocos minutos la conectaron telefónicamente con García Márquez. Sumamente contrariada le dijo:
—¡Gabo! ¡Que aquí hay un señor que dice que tú le has regalado los derechos de un título!
No sé, realmente, qué explicaciones le estaría dando Gabo, pero, a medida que lo iba escuchando iba moderando el tono airado y repetía: “entiendo….entiendo…”. Colgó y dijo:
—Claro…el Gabo dice que le cobre más por los otros para cobrar lo suyo…
—Señora, le señalé tras un instante de reflexión, usted me ha ofendido.
—¿Por qué?
—¿Usted cree, le dije, que yo soy una especie de estafador que va por el mundo utilizando a la UNESCO, al Fondo de Cultura Económica, a Federico Mayor y a Miguel de la Madrid para conseguir turbias maquinaciones?… ¿Por qué ha tenido usted que llamar a García Márquez para comprobar que lo que le decía era cierto?…Para mí es ofensivo, créame.
Con una expresión verdaderamente tierna me contestó: “Discúlpeme… no he querido ofenderlo”.
Pagar por un bien mayor
“No se preocupe, le respondí,…creo que hemos agotado bastante el tema y si usted está de acuerdo, Adolfo y yo analizaremos la situación y regresaremos mañana”. Convinimos en volvernos a encontrar en la mañana del día siguiente y nos retiramos.
Tomando un café frente a la catedral de Barcelona, llegamos a la conclusión con Adolfo de que Carmen no iba a ceder de ninguna manera y que había que ofrecerle algo a cambio.
Fue así que, como lo acordado, llegamos la mañana siguiente al mismo escenario de la discusión del día anterior. Apenas habíamos tomado asiento Carmen dijo:
—Por si acaso…he hablado con Mario y me ha dicho que tenemos que cobrar de todas maneras…
—Señora, le respondí, vamos a hacerle una propuesta, pero, con toda amabilidad, le advierto que si usted no la acepta, voy a ir de autor en autor para convencerlos… (Yo había ya auscultado a Jorge Amado y a Bryce Echenique, que me habían asegurado su apoyo)
—¿Y cuál es la propuesta?
—Siete mil dólares por autor… incluido el Gabo, por supuesto.
—No sigas. Acepto.
Destacado: En junio de 1992, quedó constituida la red de diarios asociados a Periolibros. Se trató de un esfuerzo editorial sin precedentes, ya que la suma de esa cadena de periódicos garantizaba la publicación mensual de tres millones de ejemplares. En esa red había todo tipo de orientación, pues iban desde ABC de España hasta Juventud Rebelde en Cuba. En el Perú los publicó el diario La República.
Pasaban los años y Periolibros iba cosechando éxitos. Con los directores de los periódicos de la red realizamos varias reuniones en diferentes países. A una de ellas, en junio de 1994 en Cartagena, Colombia, invitamos a García Márquez. Conversé largo con él, sin mencionar para nada el encuentro con Carmen Balcells. Sin embargo, en un ejemplar de su libro Del amor y otros demonios me puso la siguiente dedicatoria, que yo interpreté como un guiño:
Para Germán, de su socio, Gabriel 94
Periolibros continuó cumpliendo con sus objetivos hasta octubre de 1997.
DESTACADO: En cinco años se publicaron obras de 61 autores iberoamericanos y se calcula que se distribuyeron, de acuerdo a los reportes de los diarios de la red, alrededor de 120 millones de ejemplares en toda la región.
¡Libros pirata!
En 1998, otro proyecto que queríamos poner en marcha motivó varias reuniones con diversas personalidades. Una de ellas, en la que participamos Gabo y yo, se realizó efectivamente en las oficinas de la Representación de la UNESCO. Desde que el personal se enteró de la visita de García Márquez hubo un revuelo enorme y a mí no se me ocurrió otra cosa que decirles: “Salgan a comprar libros de Gabo para que se los dedique y de paso compren también uno para mí”. Llegó puntualmente y tuvimos la reunión. Al final de la misma le dije: “Gabo, la gente aquí se ha emocionado mucho al saber que vendrías y han comprado libros para que se los dediques”. “Encantado”, me respondió.
Llegaron los libros, que eran alrededor de diez, y se los entregué. Apenas los tuvo entre sus manos, los revisó y acto seguido los depositó airadamente sobre la mesa y me increpó:
—“¿Pero cómo carajo me traes libros pirata para que firme?”
Me quedé helado. Era lo último que se me hubiera podido ocurrir que pasaría. Respiré hondo y le contesté:
—“Discúlpame…discúlpame… Gabo, en ningún momento se me ocurrió que algo así pasara…”
Respiré hondamente otra vez y temiendo que me mandara a la mismísima mierda, le dije tratando de mantener el máximo de compostura:
—“Además, te jodiste porque esta gente está muy ilusionada con tener un libro tuyo autografiado y creo, sinceramente, que no puedes defraudarlos…”
—Me miró muy fijamente y respirando, esta vez él hondamente, agarró uno a uno los libros y los fue dedicando de acuerdo a los papelitos que cada libro traía con el nombre de la persona agraciada. Cuando llegó al mío, dibujó una flor a lo largo de la página y puso lo siguiente:
Una flor para
Ada, y a veces
para Germán;
este libro ilegible,
del amigo,
Gabriel 98
Han pasado los años. En 1999 me jubilé de la UNESCO y me radiqué en Lima. No volví a ver al Gabo, pero su enorme presencia y generosidad me han acompañado siempre.
Germán Carnero Roqué es poeta, periodista, promotor cultural y ex funcionario Internacional. Desde 2006 es Director del Museo de Arte del Centro Cultural de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
FUENTE Revista Rocinante