Gastón de Bachelard, ese maravilloso filósofo, a quien tanto le debe el pensamiento actual, empezando por Foucault, mostró, en un libro inolvidable, El Psicoanálisis del fuego, que la ciencia y el arte no están nada separados y que, al contrario, en cada época, existen puentes y pasadizos secretos que los comunican: metáforas, figuras del pensamiento, que les son comunes y, aún más: raíces únicas, matrices de reflexión, que hacen que el sabio y el artista, cuando son contemporáneos, compartan ideas semejantes.
Por ello, siempre nos resulta extraño que no existan más científicos que practiquen, aunque sea como una afición paralela, la ciencia y el arte. Entre nosotros son muy pocos. Y uno de ellos es el doctor Carlos de la Torre Flor: novelista, médico y autor de ensayos científicos. Escritor de muchos títulos, ahora nos entrega uno cuyo tema, gracias al fundamentalismo de Bush, se ha vuelto urgente: la teoría de la evolución, prohibida, en los días actuales, de muchos modos, en varios estados de la Unión Americana.
Pero ese retorno de nuestro autor a la defensa de las teorías darwinianas, forzado por la irrupción de un creacionismo elemental, nada filosófico, apenas ideológico, inconcebible hasta hace unas décadas, viene acompañado del auxilio de los últimos descubrimientos de la biología, concretamente de la genética.
Con sabiduría y prudencia nunca mezcla lo biológico y lo metafísico. A esa información muy selecta y actualizada, Carlos de la Torre suma un conjunto de reflexiones inteligentes y audaces que, saltando por sobre los complejos del subdesarrollo, tan difundidos entre nosotros, se atreve a pensar el proceso de hominización (vale decir: del alejamiento del hombre de las especies que le precedieron en la historia evolutiva), como una cadena que, aún en esta época de grandes descubrimientos, cuenta con muchos «eslabones perdidos»: lugares oscuros, conjuntos vacíos, en donde indaga nuestro autor con lucidez y riesgo.
Pensar «el nacimiento de la muerte» como un mandato de la vida; el canibalismo como una etapa humana que acaso permitiría la «digestión» de conocimientos de los congéneres así sacrificados; la vida como la gran contradictora de las leyes físicas; el libre albedrío restringido por rígidas leyes biológicas que sólo se pueden burlar con grandes riesgos: en suma, La hechura humana es un libro lleno de interrogantes e inquietudes que nos muestran un talento que no sólo se pone al día con los últimos conocimientos científicos sino que -¡en Ecuador!- se atreve a pensar la ciencia en sus vacíos y problemas pendientes.
Hasta aquí el científico. Ahora viene el literato. Porque el autor de memorables textos, usa en este libro su larga experiencia de narrador para referirnos de un modo, más que ameno: eficaz, o las dos cosas a la vez, la historia del proceso muy largo y azaroso que nos ha hecho ser como somos, la especie habilitada para tomar conciencia de su lugar en el universo y del universo mismo, la única que está laboriosamente trabajada para poder lograrlo.
Metáforas certeras, lenguaje hábil y pulcro, estilo claro y elegante y, sobre todo, una inteligente voluntad de juntar, a un tiempo, el informe científico y la reflexión filosófica en un solo y fluido relato, hacen de este libro un referente imprescindible para todos quienes quieran ponerse al día con las certezas e incertidumbres de la biología actual.
Durante mucho tiempo nos acostumbramos a separar el rigor, la seguridad, la sequedad de la ciencia, entendida como un saber abstracto, de la tersura, la calidez del texto literario. Carlos de la Torre Flor, une esos dos modos de la conciencia humana en un libro que añade al ensayo que antes leímos con el nombre de Hominización, en una edición anterior, nuevas reflexiones fundamentales.