En el Enlace Ciudadano del día sábado 30 de abril el Presidente Correa anunció que no estaría en el siguiente, pues iba a acompañar a su hijo Miguel que tenía un campamento. Por lo tanto, el sábado 7 de mayo, el enlace ciudadano lo protagonizó el Vicepresidente Jorge Glas. Simple, ¿no?
Sin embargo, ya en la tarde del sábado comenzaron a circular los rumores: el Presidente no estuvo en el enlace ciudadano porque le dio un infarto. O un derrame cerebral. O ambos. Lo mantenían en secreto para no crear caos y porque estaban ya estudiando los mecanismos de sucesión. Por lo menos consta que no vieron el enlace del 30, pues si no habrían sabido de lo que se trataba… O lo vieron y comenzaron a urdir la trama de lo que les dirían a los despistados que no captaron la noticia completa.
Un refrán, sabio, como todo refrán, reza: “Lo que Juan dice de Pedro dice más de Juan que de Pedro”. Y claro, ahí es donde nos topamos con una sarta de magnicidas timoratos y frustrados, desesperados porque Dios se apiade de ellos y le mande un grave accidente cardiaco o cerebrovascular al objeto de sus desvelos. Más que la maledicencia barata y el chisme rastrero, habla el anhelo protervo de que al Presidente Correa le ocurra algo irreversible.
Pero no queda ahí la cosa. El lunes, en una reunión cumpleañera en el trabajo, llego un poco tarde y escucho frases como estas:
“No, si le han visto salir del (hospital) Metropolitano, a mí me contaron”.
“Allá se ha ido, pero calladito, recién el domingo tarde ha salido, me dijeron, y bien escondido”.
Este va en tono indignado:
“Eso me pregunto yo: ¿por qué al Metropolitano? Si es tan socialista como dice, debería ir al Andrade Marín o al Eugenio Espejo”.
“Es que sabe que el IESS está quebrado”.
Y este, de colofón, es dicho con una finísima sorna:
“Mejor que vaya al Hospital de la Policía”…
Risas.
Me toca que hablar sobre la calidad de las papas cocinadas para desviar la conversación y no tener que acabar en malos términos con toda la concurrencia. Sé de quién hablan. Y sé de lo que hablan. Sé, por otro lado, que no son malas personas, sino buenas personas con un complejo activado, como me ha enseñado la psicología junguiana que tanto me gusta: solo le desean a alguien la invalidez y la muerte, pero seguro el domingo comulgan en misa o alaban en el culto con todo el corazón y ya ni se acuerdan. Sin embargo, lo que más sorprende es la capacidad de vuelo del rumor: ya en el noticiero de la mañana había escuchado que quien lanzó el bulo del derrame cerebral por twitter fue un inefable y conocido periodista de oposición, y que quien lo replicó, además anunciando que tenía conocimiento de fuentes fidedignas de que Rafael Correa había ‘ingresado a una casa de salud’ (no daba el nombre seguro para curarse en ídem), era otro de los mismos.
La siguiente pregunta que siempre surge es ¿de qué se trata? Tal vez resulte ocioso repetir que no consiste en estar contra la oposición. Es legítima y hasta necesaria en ciertos casos. Pero este suceso o incidente nos obliga una vez más a calificar de impresentable a la mayor parte de la oposición de nuestro país. No se trata de que estén de acuerdo, es más bien un asunto ético: que jueguen con armas limpias. Uno de los mismos periodistas, que desde su egocentrismo de seguro sintió que veía un fantasma cuando comprobó que su deseo no bastaba para impedir que Correa se materializara, bueno y sano, en los eventos siguientes al siete de mayo, comenzó entonces a conjeturar sobre una posible renuncia del Primer Mandatario porque los mandos militares le quieren tumbar pero no son los suficiente ambiciosos como para querer quedarse después con el poder. Y ya se ha puesto a soltar por twitter sus conjeturas con fe y alegría.
Hay un sismo de 7,8 en la escala de Richter y no falta quien anuncia, incluso en qué día de la semana, que habrá uno de nueve, y en dónde. ¿Para qué se lo hace? El Presidente de la República, por algún motivo, no aparece en un Enlace Ciudadano (ya lo ha advertido con anterioridad), y en seguida se conjetura que está enfermo o muerto. ¿Para qué se difunden esas suposiciones, que no es más?
La idea, en últimas, no es tanto criticar a cierta oposición, como observar los intríngulis del corazón humano, esos vericuetos enfermizos en donde se empozan los restos de una podredumbre que de seguro estaba incubándose ahí mucho antes de que Rafael Correa siquiera apareciera en el escenario político nacional. ¿Qué sacamos con difundir rumores? “Alguien lo vio salir o entrar del Hospital Metropolitano”… ¿quién? Eso no importa. Lo que importa es que el odio de nuestro corazón manifieste, de manera velada, nuestro más secreto deseo, porque ya lo dijo Jesús: “De la abundancia del corazón habla la boca”. ¿Realmente alguien se cree que habrá un terremoto más fuerte después de este? No importa. Lo que importa es que de alguna forma salga de nosotros la intención de que las cosas se pongan peores.
Seguramente el sábado 30 de abril Rafael Correa sabía que le iba a dar un infarto combinado con derrame cerebral, y no iba a ir al Hospital CAM del IESS porque ahí se estaba haciendo un exitosísimo trasplante de hígado por primera vez en el Ecuador. Por eso dijo que no iba a estar en el siguiente enlace ciudadano. Pero nadie le oyó. Y los que lo escucharon planearon ahí mismito su artero y desubicado chisme de vecinas. Ojalá se les devuelva por lo menos la mala intención, y con creces.