Según la definición básica de lo que es un documental, este es una pieza cinematográfica sobre eventos reales, basada en testimonios, documentos y otros soportes que puedan aportar a la construcción de un fragmento de historia. Pero ¿qué es la realidad? ¿En qué momento esta se confunde con la ficción?
Entre los primeros documentalistas estaba Dziga Vértov, quien había fundado el grupo Cine-Ojo. Más que un guion o que la actuación de actores, Vértov y sus compañeros buscaban la realidad, la verdad frente a la cámara, más allá de la linealidad del montaje, pues fue Vértov de los primeros en ‘jugar’ con el montaje, explorando sus posibilidades de impacto en el público. Su película más conocida, El hombre de la cámara, narra el día de un hombre detrás de su lente, es decir, se cuenta la historia de quien cuenta las historias.
Sin embargo, el primer documentalista, per se, sería el estadounidense Robert Flaherty, quien convivió un tiempo con gente inuit, una tribu de Canadá, y filmó Nanook el esquimal, el primer filme considerado como documental.
Pero seguimos preguntándonos, ¿dónde comienza y termina la realidad, esa porción del mundo que el documentalista persigue, pero que debe ser contada de una forma específica, desde una subjetividad determinada?
En el Ecuador, el documental comienza a crearse y difundirse desde los inicios del siglo XX. Destacan el trabajo del padre Crespi, Carlo Bocaccio y Rolf Blomberg. Desde entonces, el trabajo de los documentalistas en el país no ha cesado.
El documental, aquí, ahora
La realidad se construye todos los días, con elementos pasados, con sueños de futuro, con las vivencia de un presente que se deconstruye a sí mismo. Captar, así, la realidad, es una tarea complicada. Y promocionarla, más aun.
Sin embargo, en los últimos años el documental ecuatoriano ha tenido un repunte, pues las salas han tenido gran afluencia de público para la proyección de piezas como Con mi corazón en Yambo (Restrepo, 2011), La muerte de Jaime Roldós (Sarmiento, Rivera, 2013), El grill de César (Aguirre, 2013), y últimamente, Alfaro Vive Carajo (Samaniego, 2014). Y sobre una de estas películas habría que poner especial atención, sobre todo al hablar de subjetividad.
En una entrevista en el año 2014, Darío Aguirre comentaba que había partes en su película que eran actuadas por él —pequeñas, por supuesto— además de la historia de cómo asumió él la tarea de ayudar a su padre en el negocio familiar, una parrilla, cuando él era un vegetariano residente en Europa. Es decir, había algo de actuado, y mucho de realidad, pero no por eso la película dejaba de ser un documenta, aunque el director dijo en todo momento que él prefería no llamarla de esa forma.
Frente a esta disyuntiva, en que el documental se ve enfrentado, Christian León manifestaba que “El documentalismo tradicionalmente se ha definido por oposición a la narrativa de ficción, al cine experimental y al audiovisual amateur. En la actualidad, esta oposición no es muy clara. En Un contexto reflexivo y posmoderno, el documental se ha vuelto autoconsciente de sí mismo y se encuentra en búsqueda de otros discursos y prácticas que cuestionen sus certezas” (León, 2014).
El documental busca sus medios, su particular difusión, sus historias, frente a una realidad en la que los imaginarios se derrumban y se erigen nuevos, y mientras el ser humanos se pregunta, de forma más patente, cuál es su papel en el mundo.
El falso documental
Una técnica para hacer ficción es fingir que la película es un documental, para crear expectativa el espectador, para sorprenderlo, para tejer una atmósfera de verosimilitud alrededor de la historia contada.
Pero sobre todo, la idea del falso documental nace con la intención de mostrar una realidad de forma satirizada, es decir, mostrar al espectador cómo puede caer engañado por los recursos.
¿Lo considera improbable?
Recordemos a Orson Welles, que produjo pánico por su producción radiofónica de La guerra de los mundos: eso podría equipararse a un falso documental, a través de la radio, es decir, una historia de ficción fue promocionada como una ‘realidad’. Horrenda. Y sucedió lo mismo en la ciudad de Quito, cuando en 1949, se produjo la misma situación, en Radio Quito, con un saldo de seis fallecidos cuando la gente entró en pánico. En el cine, las películas de horror adoptaron en una época este formato para ‘aterrar’ al espectador con el recurso de que aquello había sucedido en realidad. Nunca las películas de horror fueron tan aburridas como aquellas.
Y es que la función del falso documental es la parodia, definitivamente, mostrar al público una realidad que puede ser consumida fácilmente. El falso documental apela a la reflexión del espectador, pone en movimiento su capacidad de discernir, de ver esa pequeña frontera entre la ficción y la realidad, categorías que se vuelven más borrosas cada día.
¿Cuál es la función del documental, si tenemos a nuestra disposición tanta ficción por utilizar? Y es que la realidad, dirán muchos, es más delirante, bella y terrible que cualquier imaginación. Hay que indagar, solamente.
FUENTE: Revista Babieca de la Campaña de Lectura Eugenio Espejo.