Hasta siempre, Diego
Ha muerto Maradona. Es una frase impensada que no hubiéramos querido decir nunca quienes gustamos del fútbol y admiramos al más grande jugador de la historia del balompié. Después de superar una intervención quirúrgica realizada hace un mes para extraerle un coágulo cerebral, esta mañana Diego se rindió a un paro cardiorrespiratorio a la edad de 60 años.
El mundo está de luto, no solo el mundo del deporte sino el de quienes soñamos con un mundo perfecto luego de ver las escaramuzas inverosímiles que Diego hacía en una cancha de fútbol. Tuve el placer de verlo jugar algunas veces, pero recuerdo una ocasión memorable en la «bombonera» de Boca Junior, el club donde Maradona hizo sus comienzos como crack. Fue un clásico contra el River Plate que el Boca ganó 3 por 1, con dos goles de Diego Maradona. Allí pude sentir en la piel la idolatría de un pueblo por su ídolo popular, al calor de la pasión de multitudes que es el fútbol. Esa tarde Maradona enloqueció a la hinchada y salió del campo de juego como un héroe.
Había nacido en Lanus, provincia de Buenos Aires, en un barrio pobre, “un barrio privado, privado de luz y de agua”, como decía Diego. Fue el quinto hijo de ocho de Diego y Dalma. Nunca olvidó sus orígenes humildes en sus sueños de justicia social y en la solidaridad que siempre mostró con los más vulnerables. Célebres son sus denuncias como el más famoso y popular de todos los ídolos deportivos contra los amos del negocio del fútbol, en defensa de jugadores principiantes, anónimos, que eran burlados en sus derechos. En su trayectoria que empieza en noviembre de 1976, hay estadísticas abultadas. Maradona jugó 242 partidos en su país natal y marcó 150 goles. En total registra 346 partidos oficiales en los clubes europeos de Barcelona, Nápoles y Sevilla. Con la selección albiceleste de Argentina jugó 112 partidos y marcó 50 goles. Participó en 4 campeonatos mundiales y coronó Campeón del mundo con su selección, en México 1986.
En su vida privada destacó por su visión de crítica social y su admiración por la revolución cubana, país que lo acogió brindándole tratamientos médicos. En la isla caribeña llegó a tener una estrecha amistad con Fidel. Maradona se consideraba un latinoamericano de fervoroso idealismo.
Inspiró a creadores como Vargas Llosa quien escribió: “una de esas deidades vivientes que los hombres crean para adorarse en ellas (…) Esa cara de muchacho soñador, ingenuo, lleno de buenas intenciones, le sirve de maravilla para engatusar a los desmoralizados bípedos encargados de cuidarlo, porque lo cierto es que, a la hora de cargar y jugar recio, también sabe hacerlo y con un ímpetu que se diría incompatible con su físico. No es fácil definir el juego de Maradona. Es de tanta complejidad que, en su caso, cada adjetivo necesita una apostilla, una matización. No es brillante e histórico, a la manera del soberbio Pelé, pero su eficacia es tan rotunda cuando lanza, desde ángulos inverosímiles, esos disparos potentísimos hacia el arco, o cuando, mediante un pase escueto y preciso como un teorema, pone en movimiento una irresistible operación ofensiva, que sería injusto no llamarlo espectacular, un jugador que torna un partido en una exhibición de genio individual o en un «recital», como dijo un crítico, con excelente puntería”.
Borges dijo alguna vez que a él en las calles de Buenos Aires le gritaban “sos mejor que Maradona”. El autor argentino dijo que “eso estaría bien si lo gritaran en Estocolmo; tal vez podría influir en que los académicos suecos me otorguen el Premio Nobel”.
La semblanza de Eduardo Galeano sobre Diego es memorable: “El gol más hermoso de la historia lo convirtió Maradona en partido de Argentina contra Inglaterra. Se convirtió en una suerte de dios, el más humano de los dioses. Un dios fanfarrón, mujeriego, pero los dioses por muy humanos que sean no se jubilan y a la hora del adiós a las canchas, Maradona no pudo volver al anónimo. La exitoina es una droga muchísimo más devastadora que la cocaína que no la delata en los análisis de sangre”.
Los pueblos necesitan héroes contemporáneos, seres a quienes endiosar, dijo además Galeano. Es también el menos enajenante de los cultos, porque admirar a un futbolista es admirar algo muy parecido a la poesía pura o a una pintura abstracta. «Aquel gol que hizo Maradona a los ingleses con la ayuda de la mano divina, es por ahora la única prueba fiable de la existencia de Dios», concluyó el escritor uruguayo.
Y el poema de Mario Benedetti a Maradona es otra pieza, ya clásica de la inspiración que Diego motivó en creadores latinoamericanos.
Hoy tu tiempo es real, nadie lo inventa.
Y aunque otros olviden tus festejos,
las noches sin amor quedaron lejos
y lejos el pesar que desalienta.
Tu edad de otras edades se alimenta,
no importa lo que digan los espejos,
tus ojos todavía no están viejos
y miran sin mirar más de la cuenta.
Tu esperanza ya sabe su tamaño
y es por eso que no habrá quién la destruya.
Ya no te sentirás sólo ni extraño.
Vida tuya tendrás, y muerte tuya.
Ha pasado otro año y otro año le has ganado a tus sombras
¡Aleluya!