Tras los escombros de un patrimonio invalorable
El acervo cultural brasileño y sudamericano terminó reducido en un noventa por ciento a cenizas, luego del incendio del Museo de Rio de Janeiro que albergaba cerca de 20 millones de piezas desde hace 200 años. El escenario del siniestro era sobrecogedor, según versiones de prensa. Entre los escombros, aun humeantes, se podía advertir la pérdida cultural inconmensurable que dejó el incendio. Según testimonio presencial, una efigie de Pedro II, el último emperador de Brasil que ocupó el palacio en el siglo XIX, fue mudo testigo de la tragedia cultural, luego de que apenas un 10% de las piezas del museo se habrían salvado de las llamas.
En las últimas horas se encontró entre los vestigios del flagelo, un cráneo presumiblemente de Luzia, el fósil humano más antiguo de Sudamérica. Sin embargo, ante la duda, es preciso de que expertos confirmen su autenticidad. Luzia fue descubierta en 1975 en el estado de Minas Gerais, y al momento de morir tenía probablemente 25 años, según el sitio web del museo. Era la pieza estelar de la colección de 20 millones de ejemplares que incluía artefactos egipcios, descubrimientos arqueológicos y testimonios históricos.
El Museo Nacional de Brasil alberga una de las mayores colecciones de momias egipcias. Además guarda reputación por la riqueza de su departamento de paleontología, con más de 26.000 fósiles, entre ellos un esqueleto de dinosaurio descubierto en Minais Gerais (centro) y numerosos especímenes de otras especies extinguidas (perezosos gigantes y tigres dientes de sable), según datos de prensa. Entre sus piezas iconográficas está el meteorito de Bendegó, constituido por una masa compacta de hierro y níquel de cinco toneladas, es el mayor meteorito brasileño y uno de los más grandes del mundo. Otra pieza simbólica de la riqueza cultural del museo, es la momia de Sha Amun, una de las piezas de la colección de arqueología egipcia más visitadas del museo.
Brasil ha perdido 200 años de su pasado entre las llamas de un incendio que se suscitó cuando el museo estaba vacío de gente. Las instalaciones vetustas del Museo de Rio de Janeiro estaban en tal estado de deterioro, que se tenía que suspender el suministro eléctrico durante la noche para evitar chispazos y cortocircuitos. El mantenimiento del edificio no era el adecuado, según versiones, lo que facilitó que las lenguas de fuego se expandieran rápidamente por sus tres plantas construidas y mantenidas con materiales altamente inflamables.
Tras el incendio, alguien dijo que el autor intelectual del siniestro, es la política neoliberal de reducir presupuesto estatal para dar adecuado mantenimiento al principal museo de Brasil. El obsesivo afán de reducir los déficits públicos cobró factura muy cara al país de Odebrecht, una nación que se ha sumergido en la corrupción y el neoliberalismo.
La pérdida irreparable del patrimonio arqueológico sudamericano y de otras partes representativas del mundo, pone en evidencia que la cultura es uno de los renglones menos atendidos por los gobiernos. La cultura es, con toda evidencia, una manifestación social que no cuenta con políticas públicas adecuadas por parte de los Estados que prefieren invertir en aquello que da réditos políticos o rentabilidad electoral inmediatista.
El flagelo del Museo de Rio de Janeiro debe llamar a una reflexión continental acerca de cómo estamos conservando nuestro patrimonio cultural y de qué manera salvaguardamos nuestra historia.
El incendio del museo brasilero nos hizo perder el pasado, evitemos perder el futuro. Antes de que sea demasiado tarde.