La república del odio
Alguna vez Sartre dijo que vivimos en la sociedad del silencio y hacía alusión a esa imposición -o auto imposición- tácita de no decir lo que pensamos, de callar ante lo que sucede en el mundo circundante y hacernos cómplices de inequidades y otras hierbas. En la república del silencio a la que se nos quiere deportar por obra y gracia de una prensa que calla, ante un gobierno que complace y otorga, a cuenta de nuestros convencimientos, porque ¡eso sí! votamos por un proyecto del cual estábamos convencidos de que el «candidato social de la sonrisa afable» iba a cumplir a cabalidad. ¡Qué ingénuos fuimos!
A la vuelta de la esquina el candidato sonriente y afable, giró en sentido contrario a la ruta por la cual votamos. Y como si fuera poco, al poco tiempo, la sonrisa se trocó en gesto amargo, odioso y se instauró cómo icono de la república del odio. A tal punto cultivamos ese sentimiento miserable que destruye, separa, aniquila a quien lo profesa pero no, necesariamente, a quien lo recibe. A tal extremo llega la baja pasión que, personas que antes fueron consideradas dignas de todo reconocimiento como Pedro Retrepo, hoy son ofendidos públicamente por el solo hecho de no callar, de expresar su pensamiento en la república del silencio y del odio.
El padre que elevó a la máxima expresión su lucha por hacer justicia frente al crimen cometido contra sus hijos, Carlos Santiago y Pedro Andrés Restrepo Arismendy, fue cobardemente agraviado por el hecho de expresar en las redes sociales “#YoSoyCorrea”, como si el pecado de ser consecuente con su pensamiento hoy fuera digno de escarnio en la república de la traición.
La obsesión anticorreístas es capaz de llevar al odio irracional contra un ser humano que nos enseñó mucho de lo que hoy valoramos en esta república de la injusticia como un derecho humano irrenunciable: el derecho a la vida. La sin razón se apoderó del alma nacional. Atacar verbalmente a un hombre dedicado toda su vida a la defensa del respeto al otro, no es más que una proterva actitud, alimentada en los medios cómplices, en las redes cobardes y en el silencio de la república del absurdo.
No está equivocada nuestra colega, Carol Murillo, al decir en un medio público: “En el fondo lo que intentan señalar esos seres virtuales es más que sencillo y también horrible: defienden el Estado represor que en los ‘80 convirtió al país en un laboratorio de persecución de supuestos subversivos y narcos contra quienes los escuadrones de la muerte tenían carta abierta para desaparecerlos o matarlos. Lo diré de otro modo: atacar a don Pedro es legitimar la institucionalidad que en los ‘80 asesinó a sus hijos… El actual fanatismo político y mediático causa estupor”. Pero más estupor causa la parafernalia político-mediática montada para mantener a la república en el silencio, en el absurdo, en la traición, en el odio.